Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

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Intento ser mejor persona

Intento ser mejor persona,
mejor madre,
mejor esposa,
mejor poeta.
Pero no avanzo
y seguimos
hablando de conflictos.
Hago malabarismos
con la realidad
para buscar ángulos felices;
y quiero pensar
que los libros se venden,
que mi marido me quiere,
que aprobaré las oposiciones,
que esta noche
no nos dormiremos sin tocarnos;
que no tendré que esperar
tanto
como las memorias de Mark Twain
para ver la luz;
que no moriré,
como él,
sin descendientes.
Intento ser mejor,
pero no avanzo.

Noemí Trujillo (1976, Barcelona, España); Un lugar con nieve. Antología Poética (2008-2015), Ed. Playa de Ákaba, 2015

Yo dicto testamento cada noche

Yo dicto testamento cada noche:
dispongo mis zapatos, mi camisa,
la piel que llevo puesta
para el cuerpo que ocupe mañana mi huella en el colchón.
Le lego mis pupilas, mi garganta,
mis manos, mis heridas,
mis miedos, mis deberes por cumplir…
Y sobre toda obligación, le lego
las arcas de cariño acumulado
por quien me eligió ayer
como heredero,
que a su vez lo heredó de tantos cuerpos
y cuerpos que murieron cada noche
haciendo testamento de su amor.
Que mi heredero de mañana
no muera sin haber incrementado
en algo el patrimonio familiar.

Daniel Cotta (1974, Málaga, España); El beso de buenas noches, Ed. Renacimiento, 2020

Inocencia

Inocencia

Se acabó la inocencia.
Era una bebida empalagosa y breve,
una comida exótica,
ahora ya lo sé.

La probé.

De esas cosas que se toman un día
y siempre las recuerdas,
de esa gente que te encuentras
y no vuelves a ver.

Nunca sabrás lo que pasaría
en el banco de la inocencia.
Con los pies colgando
allí sólo vive la gente que no recuerdas,
lo que nunca ha pasado.

Te sentaste un momento
a escuchar desde lejos la orquesta.
Era duro y solitario
el banco de la inocencia.
Demasiada prisa en volver
como para no olvidarte algo.

Ahora ya lo sabes,
la inocencia es esa gente
que se quedó tu chaqueta.

Luisa Castro (1966, Lugo, España), De mí haré una estatua ecuestre, Ed. Hiperión, 1997

Serán ceniza

Serán ceniza

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.

José Ángel Valente (1929, Orense- 2000, Ginebra, Suiza), A modo de esperanza, Ed. Rialp, 1955. Premio Adonáis 1954

Miradme bien

Miradme bien 

Yo no soy esa que conocéis,
que conocemos.
Que habla, discute, va, viene:
se queja, dice “sí”, “no”,
y a veces enloquece por cosas pasajeras.

No, no he sido nunca esa y, sin embargo,
he peinado con gracia sus cabellos.
He vestido su cuerpo, he sonreído,
he dicho “esto me gusta”;
y he sufrido por penas tan de ella…

Hoy mismo,
¡qué sorpresa al mirarme las manos!

Sus manos, su cintura,
y esos ojos donde luchan a un tiempo la burla y la tristeza.
Qué extraño y complicado…
O acaso tan sencillo que no puede explicarse.

YO quisiera fundirme en el río de la vida
y arqueando los brazos crear puentes,
unir orillas;
sentir vuestras pisadas en desfile compacto.

No sonriáis: ya sé que soy mujer.

Sólo podré tenderos puentes de esperanza,
de sonrisas, de amor;
puentes donde acunaros.

Concha Lagos (1907, Córdoba- 2007, Madrid, España), Los obstáculos, Ed. Ágora, 1955

Ahora sólo tienes una vida

Ahora sólo tienes una vida

bajas las escaleras
agitas tu pregunta como un pañuelo blanco
quedan sobre el tablero
peones poco ágiles y fichas sin valor

has desmigado el pan
lias dejado que el agua te escurra entre los dedos
¿te das cuenta?
ahora sólo tienes una vida

vuelves a oír la voz del visitante
no la dejes morir
abre la puertecilla de tu jaula
permite que acompañe a la bandada de los estorninos
la belleza
asoma en las rendijas de este gesto imposible
su rastro es tortuoso y su fulgor
alumbra hasta el abismo sin lámpara ni estrella

pero toda ella cabe
en el cielo minúsculo
de tus manos vacías

Esperanza Ortega (1953, Palencia, España), Mudanza, Ed. Ave del Paraíso ,1994. Extraído de Lo que va a ser de ti, Ed. Plaza & Janés, 1999.

Estamos realizando obras en el exterior

Estamos realizando obras en el exterior
No utilizar esta puerta excepto en caso de emergencia

Madurar
era esto:
no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la piel
igual que un fruto antiguo.
Colchón justo para los dos; años que chocan la lengua contra los dientes una y otra vez que
se tambalean en la boca
años
del sentido incorrecto.
Con tres hilos de cabeza he tejido mi tiempo:
piensa en vosotros a mi edad, piensa en tres hilos de cabeza, qué te falta, qué te queda;
piensa en tres hilos. Quizá
eso, madurar:
quizá Ulises boca abajo, quizá la orilla boca arriba,
eso que queréis me esperará diez años. Pensad en diez caídas; pensad en
diez hilos de cabeza. ¿Aquello? ¿La madurez? ¿Márchate, olor a lavavajillas, déjame con mi
sueño?
¿O quizá en la boca uvas para el postre del color
de la rodilla que cae al suelo,
de la rodilla que choca contra el suelo? Me tambaleo. Y era yo el zumo en la garganta, y era
yo el frío, era yo
las uñas y el estómago, quién era yo en mis años
con tres, en mi tiempo con diez hilos de cabeza. Hasta mi habitación
por la escalera de incendios un hombre
y su sentido contrario. Diez hilos de cabeza, veinte hilos de su pecho atados a mi pecho,
juro que amé
los golpes de sus piernas. Digo que
madurar era esto: que no pude negarme, digo que mis tres hilos de nada entre los dedos, y
juré chocar y el suelo
lo juré. Pensé al suelo la caída
y el choque contra el suelo. Pensé el aliento pensé dije
tres hilos de cabeza: tambaleo.
Pensé en mi edad y pensé en vosotros y pensé
que nadie me avisó de madurar así, junto a la vida y el frío en el cajón
de la fruta que se pudre.

Elena Medel (1985, Córdoba, España), Chatterton , Ed. Visor, 2014

La isla de Kirrin

La isla de Kirrin

A Herminia Luque

Los leías después del viaje a la ciudad
sobre la cama, en junio o en julio sobre todo,
echada la persiana que dejaba filtrar
olor de albaricoques y pintura caliente
y una luz laminada verde oscura
sobre las bicicletas y los páramos,
las mochilas, las granjas,
el desayuno inglés, la isla de Jorgina:
historia fabulosa de una infancia
a punto de perderse. Porque una vez leídas
todas las aventuras de los Cinco
supuse que tenía que crecer.
¿De qué sirve ser niña, si luego, en vacaciones
ningún bote te lleva a la isla de Kirrin?
Tal vez ya sospechaba que los libros
podían ser reloj o calendario
exacto y enigmático del cuerpo.

Aurora Luque (1962, Almería, España), Problemas de doblaje, Ed. Rialp, 1990

Recuento

Recuento

Hoy tengo
veinticinco años.
Mi juventud se va
con mis mejores deseos.
La quiero, la veo marchar
sin una rozadura,
sin reproches espero a que esté lejos
para llorar su falta.
Nunca sabrá nada de mí.
Cambiaré de amistades, de lugares,
frecuentaré otros sitios
donde todo sea nuevo
y ella no pueda decirme te quiero nunca más
y yo nunca más pueda dejar de obedecerla.
Me esperan hombres que saben decir no,
mujeres que saben programar sus vacaciones
y soy feliz,
el futuro se descubre ante mí
lleno de hombres que saben decir no,
mujeres que saben decir no
me esperan en sus increíbles fiestas
con sus mejores deseos.

Luisa Castro (1966, Lugo, España), De mí haré una estatua ecuestre, Ed. Hiperión, 1997

700 poemas van ya en este blog. Y no están ni la mitad de los que me gustaría poner...

No habrá reposo para el fatigado

No habrá reposo para el fatigado
el muerto
el afligido. Para el que respiraba y no sabía
qué era respirar
pero quiso saberlo hasta la asfixia.
No hubo tampoco meta ni destino

Así pues
ya descansa. Mira la tarde y deja que la tarde
haga
lo que tenga que hacer.

Llegar era el camino.

Ada Salas (1965, Cáceres, España), Lugar de la derrota, Ed. Hiperión, 1997

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