«A woman in the shape of a monster a monster in the shape of a woman» Adrienne Rich
una mujer anda suelta se echa a la calle y derriba la noche bebe el alquitrán a lengüetazos indómitos de fiera desamada zamarrea el asfalto despedaza enamorados frecuenta tentaciones depreda voluntades animal rabiando en pos de la ternura una mujer muerde las carnes por instinto de amor
Tina Suárez Rojas (1971, Las Palmas de Gran Canaria, España), Una mujer anda suelta, Edita Ayuntamiento de Torredonjimeno (Jaén), 1999. Premio Internacional de Poesía “Gabriel Celaya” 1999
cuando los niños se iban a sus casas yo me sentaba bajo el muro del rompeolas con los brazos cruzados esperando a que subiera la marea, esperar era mi juego
las babosas negras brillaban para nada los gritos de mi madre brillaban para nada
con la espalda apoyada en el muro sentada tercamente sobre la arena negra y sin apartar la vista del horizonte yo esperaba detener la marea.
Isabel Bono (1964, Málaga, España); Lo seco, Bartlby Ediciones, 2017
De la tierra, esa música viene de la tierra, viene de la contienda, del asalto, del oscuro atropello de las arterias del planeta. Viene de la preponderancia del fuego, del confuso lenguaje de los yacimientos, del desconsuelo de los minerales. Esa música es ciega como las raíces y es terca como las semillas. Sabe a tierra como la boca de un cadáver. Viene y es de la tierra: redobla la geología. Esa música es parda como la corteza, compacta como los diamantes. No dictamina: solo muestra la voraz certidumbre de lo vivo, el vértigo que va desde el sustrato a la calamidad que grita. Esa música narra el agujero que delata en los hombres su ascendencia. Esa música es todo ese agujero, un sordo abismo que reclama la primer soledad, lo primer llanto en la primera noche.
Francisca Aguirre (1930, Madrid, España); La otra música, Ediciones de Cultura Hispánica, 1978. Extraído de Detrás de los espejos (Antología 1973-2010), Ed. Bartleby Editores, 2013
En esta tarde llueve, y llueve pura tu imagen. En mi recuerdo el día se abre. Entraste. No oigo. La memoria me da tu imagen solo. Solo tu beso o lluvia cae en recuerdo. Llueve tu voz, y llueve el beso triste, el beso hondo, beso mojado en lluvia. El labio es húmedo. Húmedo de recuerdo el beso llora desde unos cielos grises delicados. Llueve tu amor mojando mi memoria y cae y cae. El beso al hondo cae. Y gris aún cae la lluvia.
Vicente Aleixandre (1898, Sevilla- 1984, Madrid, España): Poemas de la consumación; Ed. Plaza & Janés, 1978. Con este libro ganó el Premio Nacional de la Crítica en 1969. Le concedieron el Premio Nobel de Literatura en 1977.
Cavar una fosa. Edificar una casa. Sobre las ruinas de las ruinas, ahora y siempre por los siglos de los siglos, la vida siempre en obras. Un basurero atesora la indiferente memoria de los días. Quién reciclará nuestros despojos, quién regalará fascículos con nuestra colección de instantes, qué teletipos darán noticia de la simulación de un sueño, quién archivará cuidadosamente nuestros nombres y hará el penúltimo inventario, en qué autopista o hiperespacio habitaremos.
Qué Internet hacia Dios por si lo escucha.
Entre derribo y derribo, cavar una casa, edificar una fosa.
Amalia Iglesias (1962, España), Dados y dudas, Ed. Pre-Textos, 1996
Su gran dolor de madre era visible a través de las gafas empañadas: un soplo de fatiga en esos ojos distantes, infinitos, desarmados. Al lado, su marido, muy nervioso, trataba de mirarla y sujetarla; silenciosos testigos esparcidos exhalaban el vaho del horror. La niña, sobre el suelo, degollada, era un canal de doce cicatrices, un animal sin piel, desnudo y rojo, una belleza horriblemente dulce. La madre se acercó como volando, despavorida, con las alas altas, se quitó su camisa blanca y leve, y envolvió las caderas de la niña. El asesino, con gafas de sol, desde el otro lado del patio, la miraba.
Isla Correyero (1957, Cáceres, España); Mi bien. Ed. Visor, 2018
Paseo por la tarde de un sábado sin viento mientras la lluvia cae lo mismo que los ríos cuando se quiebra el cauce y el agua se desploma.
Tengo el cuerpo caliente, seco aún bajo el frágil cobijo de una techumbre negra de tela muy tensada con delgadas varillas.
Qué débiles las cosas que a veces me protegen de todo lo salvaje, del aullido del mundo, qué estrechas las ideas que pongo ante la nada.
Bajo un simple paraguas veo caer la lluvia. ¿Su violento sinfín es una fantasía? ¿O es la ilusión la cueva, sentirme protegido cuando todo se encuentra a la intemperie?
Marcos Díez (1976, Santander, España); Desguace, Ed. Visor, 2018. XLIV Premio Ciudad de Burgos
La primera gota cayó con el injusto desprecio infantil de un profesor en el colegio, la segunda gota cayó de la mano que quise tenderle a mi padre, pero que me negó, la tercera gota cayó al ver a través de una pantalla, a un niño de mi edad agonizando, la cuarta gota cayó cuando caí en la cuenta de que solo era un prisionero del tiempo, la quinta gota cayó cuando alguien peor que yo, me humilló y me hizo creerle, la sexta gota cayó cuando mis primeros ojos enamorados recibieron indiferencia como respuesta, La séptima gota cayó cuando juzgaron el interior de mi corazón sin ni siquiera abrirlo, la octava gota cayó cuando corrí a saludarla después de años y al darse la vuelta era otra, la novena gota cayó cuando mi hermano me abofeteó, con un comentario tan hiriente como exacto, la décima gota cayó cuando conté un secreto íntimo a alguien que resultó ser mi enemigo, la undécima gota cayó cuando me convencí de que quien debía protegerme me estaba robando, la duodécima gota cayó al darme cuenta de lo poco que nos queda entre nacer y morir, la decimotercera gota cayó cuando mi hermana se fue sin ni siquiera poder despedirse, la decimocuarta gota cayó cuando aquel verano fue otro invierno y aquel invierno, otro invierno, la decimoquinta gota cayó cuando llegué a aquella estación concurrida pero no había nadie para recibirme, la decimosexta gota cayó al correr hacía lo que creía que era una isla y darme cuenta de que era una hoguera, la decimoséptima gota cayó por la nostalgia de no estar siendo quien quisiera ser, la decimoctava gota cayó al perder otro tren que salía con retraso.
Así el vaso de la vida se va desbordando, algunos no lo soportamos, y todo lo que deseamos es salir de nosotros mismos, como sea… Vamos achicando el agua del vaso. Con terapias, con pastillas, con deporte. Con sexo, con relación de amor y posesión, como sea… vaciando el vaso hasta que nuevas gotas caen y caen y caen.
Nach (1974, Albacete, España), Hambriento, Ed. Planeta, 2016
Un honor estar en tu Blog estimado maestro.