Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

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Lluvia con variaciones

Lluvia con variaciones

                                                                  A Juan de Loxa

Y estoy triste también,
“elenamente triste”,
con la lluvia, en la lluvia, por la lluvia,
a través de, debajo de la lluvia.
Mi tristeza no es de hilo blanco,
ni de noes desmayados de ajadas margaritas,
ni de esa música (Radio. Noche. Nocturno),
ni saber que el tiempo
bicéfalo, contando dobles horas,
(el tiempo del reloj, y —yo te saludo Bergson—
el tiempo tiempo)
no es hora ya de juventud, de síes
(¡ay, divino tesoro!)
sino tiempo del “no”, de se acabó que es tarde,
que nada hay ya que hacer…
(La paz de los sepulcros.
Y que haya un muerto más qué importa al mundo.)

Pues sí, estoy triste. Triste.
Cómo chorrea la lluvia en mi tristeza,
goteando en mi paso impar y solitario.
Cómo llorar la lluvia por mis sienes,
por mis manos, mis ojos y mis labios
que fueran elegidos por los dioses
para hazañas de vida
y epopeyas de fiebre.
Escogidas mis manos para alcanzar las cimas
(mundo del tacto, cumbres de ternura),
las palmas hacia arriba, suplicantes a un cielo.

Preferidos mis ojos que alertaron distancias,
profundidades, ríos, mares insospechados,
ojos vigías de auroras, paraísos, crepúsculos,
cauces del amarillo.
Nombrados boca y labios,
reductos del amor,
a empresas de aventuras y audacias destinados.

Todo desbaratado, reprimido,
hecho pedazos, roto entre la lluvia
(Detritus y pavesas, cáscaras de ilusiones.)
Nadie entiende este puzzle, este, dígase enredo.
En el espejo turbio de la lluvia
está todo, sangrante, reflejado.

Es verdad que estoy triste.
Elenísimamente desesperada y triste.
(Pero tengo razón. Malhadada mi suerte.)
Pero bendita lluvia,
pues que puedo
recordar esos versos
de un poeta francés —por más señas romántico:
Le seul bien qui me reste au monde
est d’avoir quelquefois pleuré.
Y TRISTESSE se titula, en realidad, el poema.

Elena Martín Vivaldi (1907-1998, Granada, España); Durante este tiempo, Ed. El Bardo, 1972

Desde la ventana de un café

Desde la ventana de un café

La muchacha que espera para cruzar la calle
se cubre de la lluvia con un fular de seda.
Los jóvenes detestan los paraguas,
se dejan olvidados los abrigos,
no escuchan los pronósticos del tiempo.

El hombre que le ofrece cortésmente refugio
bajo un paraguas negro
es más alto que ella
y se parece un poco a los pulcros actores
de los años cincuenta.

A través del cristal miro cómo se miran,
cómo sonríe ella bajo el paraguas negro
mientras nerviosamente
se sacude las gotas del pelo y de la cara.

El hombre le sonríe con ternura.

Gracias. Es usted muy amable,
dirá probablemente ella.
No hay de qué,
dirá el hombre con voz grave y atenta.
Este tiempo es tan impredecible,
tan pronto llueve,
tan pronto luce el sol.

Sonríen y se miran,
se alisa el pelo ella,
baja el paraguas él
y lo inclina hacia un lado.

Cuando cambia el semáforo
miro cómo atraviesan la avenida,
cómo el brazo de ella roza ligeramente
la gabardina gris del hombre del paraguas,
cómo ellos, los dos desconocidos,
acompasan el ritmo de sus pasos
sobre el asfalto húmedo
mientras la lluvia cae a cámara muy lenta
y el café de mi taza se va quedando frío.

Al llegar a la acera se paran un instante.

Intento descifrar sus últimas palabras.

Grabo en mi corazón sus últimas miradas.

Ella entra al café
y él se pierde a lo lejos,
mientras yo, conmovida,
regreso a mi periódico.

Irene Sánchez Carrón (1967, Cáceres, España); Micrografías, Ed. Visor, 2018. XVI Premio Emilio Alarcos.

Cuando la lluvia se ha ido

Cuando la lluvia se ha ido

Cuando la lluvia se ha ido
he salido descalza al exterior,
el olor a tierra mojada era tan intenso…
parecía que toda la montaña
latía con fuerza dentro de mi estómago.

He sentido entonces mi silencio emocionado
como un manzano mecido por la brisa.
Luego me he arrodillado y he estado comiendo tierra
hasta que dentro de ella he oído cantar a mis abuelos.

Julia Otxoa (1953, San Sebastián, España); La lentitud de la luz, Editorial Cálamo, 2008

Baja así, agua del cielo

Baja así, agua del cielo,
baja a vivir tu vida de la tierra
y a unirte al hombre, a su salud, al suelo
y al trabajo del campo. ¡Haber sentido
la pureza del mundo para ahora
contribuir a esta sazón, al ruido
de estos pies! ¿Por qué siempre llega la hora
del riego? Aunque sea en el verano
y aquí, llega tan fuerte
que no calma, no nubla al sol, da al llano
otra sequía más alta aún. Qué muerte
por demasía, pasajera
nube que iba a salvar lo que ahora arrasa.
Cala, cálanos más. ¡Lo que era
polvo suba en el agua que se amasa
con la tierra, que es tierra ya y castigo
puro de lo alto! Y qué importa que impida
la trilla o queme el trigo
si nos hizo creer que era la vida.

Claudio Rodríguez (1934, Zamora – 1999, Madrid); Alto jornal. Antología poética; Ed. Renacimiento, 2005

Canción Verlaine

Canción Verlaine

Esta lluvia no tiene corazón,
noche donde caerse.

Se la ve caminar destituida,
como la solitaria sombra del extranjero,
con las ventanas de perfil, pisando
arena de su propia lejanía.

No tiene corazón donde caerse.
Sólo palabras ciegas
que disuelven los nombres y no sirven
para contar la inútil fundación de sus viajes.

La lluvia sin relatos no comprende
que viene del pasado. Yo la veo
caminar el silencio de la piedra,
deslizarse buscando
el eco de una luz almacenada
en un bar que esté abierto.

A nadie le pregunta. No se atreve.
Perdida en el enigma de sus pasos,
es verdad que parece un extranjero.
Ni amor ni hostilidad. Y sin embargo
esta lluvia que cae
tiene la sensación de haber estado
otras veces aquí,
de que conoce
horas inexistentes
ciudades que no tienen corazón,
noche donde caerse.

Luis García Montero (1958, Granada, España); Las flores del frío, Ed. Hiperión, 1991.

Trance de la lluvia

Trance de la lluvia

Es la lluvia, hijo mío ꟷy un lejano relámpagoꟷ,
lo que hace cimbrearse las cumbreras del techo.

Se arrebujan los juncos en la débil orilla
mientras el agua acrece el caudal del arroyo.

Pero sigue en tu sueño. Porque lleva mi nombre,
tu barco de papel salvaré del naufragio.

Mª Victoria Atencia (1931, Málaga, España); Trances de Nuestra Señora (1986). Extraído de Una luz imprevista. Poesía completa; Ed. Cátedra, 2021.

Lluvia

Lluvia
Enero de 1919 (Granada)

La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de somnolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.

Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentágrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
Que pones en el alma dormida del paisaje!

Federico García Lorca (1898-1936, Granada, España); Libro de poemas (1921); Recogido en  Federico García Lorca – Poesía completa, Ed. Galaxia Gutenberg, 2011.

Se puede escuchar el poema recitado por Joan Mora

Lluvia

Lluvia

La lluvia está cansada de llover
yo/cansado de verla en mi ventana
es como si lavara las promesas
y el goce de vivir y la esperanza.

La lluvia que acribilla los silencios
es un telón sin tiempo y sin colores
y a tal punto oscurece los espacios
que puede confundirse con la noche.

Ojalá que el sagrado manantial
aburrido suspenda el manso riego
y gracias a la brisa nos sequemos
a la espera del próximo aguacero.

Lo extraño es que no solo llueve afuera,
otra lluvia enigmática y sin agua
nos toma de sorpresa/y de sorpresa
llueve en el corazón/llueve en el alma.

Mario Benedetti (1920-2009, Uruguay); Existir todavía; Ed. Visor, 2004

La lluvia en Regent’s Park

La lluvia en Regent’s Park

Debe de estar lloviendo en Regent’s Park.
Y una suave neblina hará que se extravíe
la hierba en el perfil del horizonte,
los robles a lo lejos, las flores, los arriates.
Pausada, compasiva, descenderá la lluvia
hoy sobre el corazón de la ciudad,
su angustia, su estruendo,
sobre el mínimo infierno inabarcable
de cada pobre diablo.
Igual que aquella tarde en la que fui feliz,
igual que aquella lluvia
que me purificó, caritativa.

En las horas peores,
cuando el desierto avanza,
y no hay robles, ni hay hierba, cuando pienso
que no saldré jamás del laberinto,
y siento el alma sucia,
y el cuerpo, que se arrastra,
cobarde, entre la biografía,
la lluvia, en el recuerdo, me limpia, me acaricia,
me vuelve a hacer aún digno,
aún merecedor
de algún día de gloria de la vida.
La amable, la misericordiosa,
la dulce lluvia inglesa.

Carlos Marzal (1961, Valencia, España); Los países nocturnos, Ed. Tusquets, 1996

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