Aprendiendo a leer el pasado y el futuro en las líneas de un poema

lluvia (Página 2 de 6)

Bajo la lluvia

Bajo la lluvia

¡Cómo resbala el agua por mi espalda!
¡Cómo moja mi falda,
y pone en mis mejillas su frescura de nieve!
Llueve, llueve, llueve,
y voy, senda adelante,
con el alma ligera y la cara radiante,
sin sentir, sin soñar,
llena de la voluptuosidad de no pensar.
Un pájaro se baña
en una charca turbia. Mi presencia le extraña,
se detiene… me mira… nos sentimos amigos…
¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!
Después es el asombro
de un labriego que pasa con su azada al hombro
y la lluvia me cubre de todas las fragancias
de los setos de octubre.
Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado
como un maravilloso y estupendo tocado
de gotas cristalinas, de flores deshojadas
que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.
Y siento, en la vacuidad
del cerebro sin sueño, la voluptuosidad
del placer infinito, dulce y desconocido,
de un minuto de olvido.
Llueve, llueve, llueve,
y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.

(Juana de Ibarbourou, Las lenguas de diamante, 1919)

La luvia en el entierro golpeaba

La lluvia, en el entierro, golpeaba
el ataúd en balde, redoblaba
el vacío de Dios y, en la distancia,
las campanas. Con lo que fue. No hay dolor
de verdad por el otro, en el aire, el dolor
está en el vínculo. Noviembre
solo, sin él, la tarde en los caminos.
En cambio, la tierra, que habían sacado
para cavar la sepultura, era negra,
mollar, agradecida, acogía
con placidez el chaparrón. Y quién
puede quitarse el susto ante la muerte, hace
mucho que entiendo la ceniza,
bien sé que, a la definitiva, solo
una vez hemos de morir. Y que he vivido
más y mejor de lo que nunca pensé,
como el difunto. Y qué. Como puerta
tapiada para siempre jamás, aunque
la lluvia llame y mulla y sea plegaría.
E ignore, qué bochorno, al muerto, me preocupe
por mí, me regodee en metafísicas.

Fermín Herrero (1963, Soria, España); Sin ir más lejos, Ed. Hiperión, 2016.

Lluevo

Lluevo

Lluevo en esta ciudad
envuelto en frío, en aguacero, en noche,
y cuanto toco queda convertido
en una calle solitaria y triste
hecha de casas muertas, y en farolas
de cuyo resplandor nacieran ruinas
y a millones las cruces.
Lluevo sin tregua en todos los rincones,
sobre puertas cerradas y en abiertas
alcantarillas ciegas que se llevan
hasta el mar las estrellas.
Mi corazón es charco y cuando anclan
en él las negras nubes
no pueden ser más náufragas,
y con sólo morirme me confundo
en un luto de pájaros.
Lluevo sobre las ramas
desnudas de los árboles y lluevo
dormido sobre el banco de ese parque
constelado de sueños que mendigan
a las sombras que pasan,
por la mucha tristeza de las cosas
que se acaban.
Y a manos llenas lluevo en el cristal
de la fosca ventana de mi estudio,
y las gotas que lluvian
mi corazón por dentro
son las mismas que bajan y resbalan
trazando bellos signos
que podría leer, si no tuviera
en los ojos mi lluvia tantas lágrimas.

Andrés Trapiello (1953, León, España); de Un sueño en otro (2004). Extraído de La fuente del encanto. Poemas de una vida (1980-2021), Ed. Fundación José Manuel Lara, 2021.

Piezas para piano

Piezas para piano

VII

1
Si la lluvia cantara
sonaría como este piano lento
que da vueltas en torno a un solo motivo.
Pero la lluvia no canta.
La lluvia es silencio desde el piso doce.
Y solo percute contra el vidrio cuando el viento la empuja
y ella suena susurrante o brusca.
Casi siempre la lluvia pasa en silencio frente a mi ventana
y yo intuyo que lleva ganas de cantar un canto triste,
un canto de piano sin palabras posibles.
 

2
Yo no soy.
Soy las cosas que pasan,
la lluvia bendita.
Si algo soy, soy alguien que ve llover,
que oye llover,
soy un oído entre la música del viento,
una piel entre el frío del viento,
alguien que yace
mientras afuera hay una ciudad que no conozco,
que apenas olfateo.
Soy ese perfume que desconocía.

Darío Jaramillo Agudelo (1947, Colombia); Cuadernos de música; Ed. Pre-Textos, 2008

Lectura

Lectura

En la poligrafía de la lluvia
que golpea el cristal de la ventana
y ordenadamente resbala y suena,
ya en vocales difíciles,
o ya en impracticables consonantes,
leo la nube que la arrastra
y la contiene, el aire vegetal,
perfumado, de tierras que tal vez nunca he visto,
los otoños perdidos que todavía, y solo
en mi memoria, se suceden.
En la lluvia de siempre, la que no
sé pronunciar, la que no sé decir,
la de las oraciones
subordinadas a la lejanía,
a un pasado que nunca vuelve,
pero que siempre vuelve, leo
los paraísos imposibles,
las míticas ciudades que nunca he visitado,
que no sé si algún día podré ver,
los pretéritos mares
que solo en la ficción he navegado; leo
y, al poco, ya rendido,
cierro los libros y los mapas
de la intemperie y caigo
dormido mientras sigue cayendo el alfabeto
del agua sobre el frío de la noche.

Valentín Carcelén (1964, Albacete, España); El momento, Chamán Ediciones, 2019

En la tarde hechizada de silencio fue

En la tarde hechizada de silencio fue
en principio un tamborileo tenue, un crepitar
a ritmo de los pastos, fragancias despertando
y mezclándose, honestas. Al arreciar se impuso
el olor de la paja en los rastrojos. El aire
se volvió, un retemblar de rayos y un pavor
de relámpagos. Se perdió el horizonte. Unas horas
después, qué estruendo la avalancha y un turbión
de lodo que no dan abasto los ojos del puente, donde
estuviste a cubierto, al empezar a caer, creyéndote seguro.

Fermín Herrero (1963, Soria, España); En la tierra desolada; Ed. Hiperión, 2021.

Lluvia

Lluvia

Llueve otra vez. Llueve de nuevo. Llueve:
siempre el amor me llega con la lluvia.
Sobre la calle una llovizna breve
y aquí en mi corazón, cómo diluvia…
Llueve. Y el agua cae sin relieve
sobre las piedras, ávidas de lluvia.
Aquí en mi corazón, cómo remueve;
aquí en mi corazón, cómo diluvia.
Siempre el amor me llega así. Sin ruido,
con silencioso paso estremecido:
niebla menuda que después diluvia.
Siempre el amor me llega así, callado,
con silencioso andar desesperado…
Y no sé dónde estás. Y está la lluvia.

Julia Prilutzky (1912, Ucrania-2002, Argentina), Antología del amor, Ed. Plus Ultra, 1977

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